Conflictividad y desarrollos de contingencia en la sociedad del riesgo: el conflicto de la celulosa

AutorLuís Barrios
Páginas65-81

Luís Barrios. El Magíster Luis Barrios es Prof. Adjunto del Instituto de Sociología Jurídica de la Facultad de Derecho de Udelar. Es también Prof. de Teoría del Estado, de Estado y Sociedad en el MERCOSUR, y de Análisis de Coyuntura en la Maestría en Relaciones Internacionales de la Escuela de Posgrado de la Facultad de Derecho.

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1 Un caso típico de conflicto ambiental en el marco de la Teoría de la Sociedad del Riesgo

Por su naturaleza de carácter ambiental, el conflicto originalmente gestado en torno a la instalación de dos plantas de pasta celulósica en las cercanías de Fray Bentos, en el departamento uruguayo de Río Negro, es una manifestación singular de una larga serie de episodios globales que involucran a múltiples protagonistas en diferentes escenarios. Como en otros casos de la saga, el reparto estable de los principales actores de este drama de la segunda modernidad, es múltiple y variado.

No se trata de una controversia singular, irrepetible y confinada a los límites espaciales, económicos, sociales, políticos y jurídicos del litoral uruguayo y argentino sino que, estructuralmente, desborda las fronteras nacionales y regionales. En su complejo desarrollo de cuatro largos años, intervienen directa y formal-Page 66mente una larga lista de actores de primer nivel. Los dos Estados parte, empresas transnacionales que arriesgan inversiones superiores al billón de dólares, gobiernos europeos y americanos que se involucran con gestiones de buenos oficios o que se ven obligados a pronunciarse sobre la naturaleza del diferendo en foros regionales. También organizaciones no gubernamentales de acción global, consultores especializados que son llamados a avalar los proyectos desde el punto de vista ambiental, y organismos multilaterales de crédito que contratan esas evaluaciones de impacto y deben resolver los financiamientos bajo presiones antagónicas, manifiestas y publicitadas. Universidades que emiten pronunciamientos científicos contrapuestos, órganos jurisdiccionales, regionales e internacionales, que reciben pedidos de medidas cautelares y denuncias por violaciones de tratados y por daños potenciales al ambiente y a la economía, además de grupos locales con ánimo beligerante que bloquean el acceso a puentes internacionales y desafían a su propio gobierno. Los acontecimientos imprevistos -contingencias, en lenguaje académico1, que este conflicto genera a diario llegan a tener cobertura mediática global en la que siempre se descubre la inflexión de opiniones comprometidas con algún matiz de posiciones antagónicas. Una primera comprobación que no requiere más análisis que esta breve cuenta de hechos y protagonistas, es que en casi dos siglos de historia independiente, Uruguay nunca estuvo involucrado en un conflicto de estas dimensiones y complejidades.

En otros trabajos ya publicados nos hemos dedicado a examinar y diagnosticar la notoria insuficiencia de los marcos normativos internos e internacionales de que disponemos para ordenar situaciones de este tipo.2 En esta breve intervención nos dedicaremos a los aspectos más teóricos y a algunos de los factores coyunturales gravitantes. Sostengo que la doble ignorancia generalizada de la teoría de la Sociedad del Riesgo y de las distintas contribuciones académicas tendientes a consolidar un cuerpo útil de conocimiento para el Gobierno de los Riesgos y para el manejoPage 67 prudente de los conflictos surgidos de esta nueva realidad global, es responsable en gran medida de los desaciertos, de la incomprensión y de los magros resultados obtenidos en el tratamiento del problema.

2 La segunda modernidad como Sociedad del Riesgo

Como herencia civilizatoria positiva de la Ilustración, la modernidad proyectó un futuro en que se cumpliría la profecía del bienestar humano. El conocimiento científico acumulativo, el desarrollo industrial, el importante incremento de la productividad agrícola, más y mejor salud, educación y vivienda, entre otros avances, fueron algunos de los estímulos que, en general, le imprimieron un signo de optimismo al pensamiento occidental de fines del siglo XIX. Las buenas perspectivas contribuyeron a obscurecer otros aspectos negativos y deficitarios de la modernidad. Así las cosas, a mediados del siglo XX, en medio del optimismo de posguerra se imponía la imagen de un futuro mejor, que por vías diversas la humanidad parecía encaminada a conquistar.

Esta percepción comenzó a diluirse en el tramo final del siglo pasado y mientras muchos celebraron el advenimiento de la “aldea global” y de una “segunda modernidad”, sombras de incertidumbre hoy traducidas a datos, pautaron el advenimiento de un pesimismo civilizatorio que parece haberse instalado en gran parte de la producción académica y del sentir colectivo. La posmodernidad “es un discurso sin futuro” que legitima la difusión de la ignorancia, sentenció Nikklas Luhmann3 La comunicación, potenciada por el desarrollo tecnológico “persigue cada vez más aumentar la incertidumbre del receptor”, opinó el autor de “Observaciones de la modernidad”.

Riesgos, globalización e individualismo constituyen, según el análisis reciente4 las principales fuentes del pesimismo como sentir de época. Los riesgos como producto de una ciencia fuera de control,5 la globalización como causal de pérdida de las seguridades del Estado nacional,6 y el “nuevo individualismo”, o sea la ruptura con todoPage 68 sentimiento de solidaridad y responsabilidad colectiva,7 en buena parte como consecuencia de una nueva subjetividad desprovista “de un sentido activo de la historia”.8

Se comparta o no en su totalidad pesimista este diagnóstico del segundo capítulo de la modernidad, es difícil negar que el presente estadio de nuestras civilizaciones interdependientes no inspira confianza ni goza de buena salud. Como han destacado varios autores, por un lado, es paradojal que ello ocurra al mismo tiempo en que el conocimiento científico y sus aplicaciones tecnológicas alcanzan logros sorprendentes en plazos cada vez menores. No obstante, alguna lógica que escapó a la percepción del inventor estaría señalando que los efectos de lenta pero segura gestación de daños letales, fue activada por la evolución vertiginosa del conocimiento y sus aplicaciones en la segunda modernidad. Los recursos naturales en vías de agotamiento por alteración, destrucción o contaminación irreversible;9 el trabajo humano sustituido por la eficiencia de la informatización, la digitalización y la robotización;10 las desigualdades sociales que crecen en competencia alarmante con la creación de riqueza para los incluidos en la “sociedad en red”;11 en fin, un panorama difícil de ignorar.

En el plano estrictamente ambiental, la situación del planeta es evaluada en forma permanente desde 1988 por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC) de la ONU, integrado por unos 3 000 expertos pertenecientes a 150 países. El primer informe, presentado en 1990, fue el antecedente inmediato de la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992); el segundo, entregado en 1995, aportó nuevos datos sobre el origen antropogénico del calentamiento global y motivó la redacción del Protocolo de Kyoto dos años después.

El tercer informe se conoció en 2001 y además de las mediciones del cambio abarcó sus impactos más previsibles sobre el planeta y sobre la sustentabilidad de la vida en el mismo. Como se sabe, más allá de las dudas acerca de la efectividad de los mecanismos de Kyoto para controlar y reducir las emisiones de gases inver-Page 69nadero, faltando cinco años para que expire el plazo de vigencia del mismo, los principales países responsables de las emisiones dañinas se resisten a admitir el origen humano de los desequilibrios ambientales y no han adherido al protocolo ni muestran intención de limitar sus aportes al desequilibrio atmosférico. Como era de esperar dada la falta de respaldo a las medidas correctivas, el cuarto informe del PICC, recién emitido, confirmó la profundización del deterioro y dibujó escenarios de catástrofe a corto plazo.

Podríamos seguir enumerando datos para el diagnóstico confirmatorio de que participamos de una civilización del alto riesgo. Terrorismo político religioso y contraterrorismo de Estado y multinacional; descrédito de la política nacional y de la institucionalidad internacional; indicios de una carrera armamentista nuclear; crisis energética global; inestabilidad financiera recurrente, y efectos cada vez más perceptibles del calentamiento global sobre la vida cotidiana. Todo contribuye a crear y a acentuar la sensación de riesgo permanente y transforma esta percepción en otra de peligro inminente, muchas veces injustificada por la ausencia de una amenaza real en el entorno más directo.

En este contexto, la atribución de riesgo a algunas iniciativas industriales se basa en el cuestionamiento general a la capacidad humana para diseñar y operar instalaciones de alta tecnología potencialmente contaminantes, sin causar daños importantes a las poblaciones adyacentes. Esta percepción social, está sustentada en experiencias catastróficas como el accidente de escape de gas tóxico en la planta de pesticidas de la Union Carbide en India, Bhopal, en 1984, y el accidente nuclear en la planta de Chernobyl, en Bielorrusia, en 1986. No es ocioso recordar que el gas de los pesticidas en Bhopal fulminó a 14 000 víctimas en el acto y que desde entonces unas 10 000 más han muerto por las consecuencias de lenta gestación. En Bielorrusia, Ucrania y...

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