Politica Industrial y Pequeñas y Medianas Empresas: el Caso Argentino

AutorMarina Schenkel
CargoProfesor cathedratico de Economia Aplicada, Facultad de Economia, Universidad de Udine, Itália
Páginas47-64

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Introducción

Este trabajo examina el caso de las políticas argentinas para las pequeñas y media-nas empresas (PyMEs) e intenta procurar ejemplos exportables y de ofrecer posibles indicaciones que deben tenerse en cuenta para evitar errores cometidos en otros países. Se trata de políticas a las que aún se les reconoce la capacidad de suplir funciones de fomento y de coordinación que los automatismos del mercado no garantizan en esta fase histórica, en que el eclipse de la idea de la gran empresa pública o de los “campeones nacionales” y la dudosa capacidad de influenciar las decisiones de la gran empresa transnacional parecen hacer inviables otras herramientas ya utilizadas para impulsar el desarrollo y la especialización, que, nuevamente, se presentan como condicionadados fundamentalmente por la asignación de recursos naturales y culturales y de capital humano de los diferentes contextos.

La Argentina es un país rico en recursos naturales, relativamente despoblado, y caracterizado por la dualidad (y en algunos períodos por el conflicto) entre la ciudad y el campo; la alta densidad de pequeñas y medianas empresas parece acercarla a Italia. El propósito de la evaluación de los límites y del espacio de las policies nacionales puede, sin embargo, revelar en qué medida la dimensión mundial, en la cual se despliegan la movilidad de los capitales y la proyección estratégica de los grandes operadores, hace de la diversidad de los modelos nacionales un elemento de detalle secundario, o, en cambio, cuánto la persistencia de las especificidades locales de los factores y de los agentes, necesariamente menos móviles, sigue siendo significativa al momento de medir la capacidad de valorar y acrecentar la ocupación, en otros términos la vitalidad de las economías nacionales y regionales.

En esta perspectiva, un elemento de notable interés que presenta el caso argentino es un hecho particularmente destacado por varios estudios (FERNÁNDEZ BUGNA, PORTA 2007; LAVOPA, 2007; CEP 2005b): la persistencia de la estructura productiva e inclusive de las exportaciones de la Nación, no obstante las fluctuaciones macro-económicas tan importantes de los últimos años. A primera vista el impacto de la política industrial parecería de escasa importancia, pero también sería inesperadamente modesto el impacto de las condiciones macroeconómicas internas, de la dinámica de los precios internacionales y, en general, de las nuevas configuraciones del mercado mundial en la estructura productiva y en la especialización comercial. Se tratará entonces de señalar la importancia que logre alcanzar la política industrial, no tanto porque pueda determinar un cambio estructural, que ni siquiera se ha dado, sino por el rol que puede desempeñar en relación a la recalificación de la preexistente estructura productiva y, sobre todo, a la conservación del tejido de PyMEs1 en un sistema económico afectado por pronunciadas dinámicas, ya sean de signo positivo o negativo, del PBI, y por el drástico cambio de los términos de intercambio en el comercio internacional.

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Los siguientes parágrafos entrarán en el detalle de los hechos recién descriptos, haciendo referencia a la literatura en materia y en la medida de lo posible, a la poco satisfactoria documentación estadística oficial disponible.2

Dado que la pronunciada inestabilidad macroeconómica se refleja también en la inestabilidad política, será necesaria una constante referencia a la compleja historia reciente3 con el fin de realizar una correcta evaluación de la influencia de la política industrial sobre las pequeñas y medianas empresas y disponer de elementos de comparación con la experiencia de otros países.

La estructura industrial, el legado de los años 90 y la crisis

El decenio de los años 90 (el período de la convertibilidad) representa la fase crucial en la cual toma forma la estructura industrial que parece persistir aún hoy. A través de la combinación de un cambio sobrevaluado, y de la completa apertura de la economía a los flujos de bienes y servicios y de capital, se obtienen las condiciones para un rápida, y en algunas casos traumática, racionalización y modernización del aparato productivo existente. El factor trabajo resulta relativamente más caro a nivel internacional, aunque con escaso poder adquisitivo a nivel interno. El factor capital resulta, en cambio, relativamente menos costoso, sea por la baja tasa de interés, como por la paridad peso-dólar. Al mismo tiempo están desfavorecidas las industrias productoras de bienes tradable y favorecidas las producciones de bienes nontradable y los derivados de recursos naturales propios del país. Es en estos sectores que se desarrollan las inversiones externas, efectuadas predominantemente a través de fusiones y compras, más que con inversiones greenfields.

Las inversiones asumen sobre todo la forma de importaciones de maquinarias y plantas, lo que si por un lado implica la falta de desarrollo de capacidades endógenas de innovación, sobre todo en el campo de Investigación y Desarrollo (ANLLÓ, LUGONES, PEIRANO, 2007), por el otro conduce a un aumento notable de la productividad media del trabajo (+51% entre 1991 y 1998), que se mantiene inalterado, aunque las tasas de incremento serán menores4 durante los posteriores acontecimientos económicos.

Es en este período que se sientan las bases de lo que se puede definir el éxito más espectacular de la economía argentina: la “fuga hacia delante” de la agricultura. La introducción de la soja transgénica, unida al uso del herbicida al que es resistente — el glifosato de sodio — y a la técnica de la siembra directa, por la cual el terreno no debe ararse preventivamente, es el más claro ejemplo de este extraordinario proceso de innovación.

Cabe notar que en Argentina se pone en venta la semilla de la planta transgénica en 1996, dos años después que en los EE.UU., con evidente anticipación respecto a los

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demás Países. En estos años, que bien podrían llamarse pionerísticos, el financiamiento es sostenido sobre todo por los bancos públicos, que en Argentina nunca han dejado de existir, a pesar de la oleada de privatizaciones, aunque a partir de 1998, paralelamente al empeoramiento de la situación económica, crece el rol de las bancas privadas y por ende el endeudamiento del campo.5

Es sumamente interesante notar que, ante la carencia de una efectiva iniciativa de la política industrial, las grandes empresas privadas, en parte trasnacionales (Monsanto, Syngenta, Bayer), van creando una red de Centros de Servicios para difundir en toda la Argentina las ventas del paquete (semillas, herbicidas y fertilizantes), cuya capacidad de penetración hacia las llamadas economías regionales, más allá de los confínes de la Pampa húmeda (la llanura central que constituye los territorios de las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos), está además determinada por la asistencia técnica y financiera prestada a los agricultores.

La segunda transformación crucial que ocurre en aquellos años concierne a la figura del contratista. Este actor, que siendo un trabajador autónomo por cierto no puede definirse nuevo, dado que que en el campo siempre ha habido quien presta su trabajo a contrato, constituye un elemento innovador por el hecho de que, sin poseer necesariamente la tierra (“agricultores sin tierra”)6, desempeña un rol empresarial, es decir, se encarga de la gestión de la producción agrícola, asumiendo el riesgo correspondiente. Aunque éste no es el ámbito para adentrarnos en la descripción de las características de estos empresarios7, es necesario recordar que se trata de personas de origen heterogéneo, en parte “gringos” de reciente ascendencia europea y por tanto ajenos a la tradicional oligarquía criolla, de antigua descendencia española, que se remonta a la época colonial.

Se trata de empresas “transhumantes”, no ligadas a un territorio específico, que se convierten en “vectores del cambio tecnológico” (BISANG, 2007). Se crean estructuras de red8 que incluyen empresas de transformación e infraestructuras ferroviarias y portuarias organizadas a partir de un vértice, que, aun siendo muy restringido, domina algunas principales tecnologías9, por lo que se establecen fuertes conexiones entre todos

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los actores involucrados, en el sentido que el éxito de una empresa depende del de todas las demás (ANLLÓ, LUGONES, PEIRANO, 2007).

El aumento de los rendimientos y de la superficie abarca a toda la agroindustria, con recaídas no sólo en los sectores industriales involucrados, sino sobre los equilibrios macroeconómicos, como se verá en el páragrafo siguiente dedicado a los desarrollos más recientes de la situación agraria.

En este período se desarrolla también, con una estructura de red en algunos aspectos análoga, la industria automovilística, sobre todo por los esfuerzos de política industrial coordinados entre Países (sustancialmente Argentina y Brasil) miembros del Mercosur10.

Como consecuencia de los procesos recién mencionados, la especialización de la Argentina resulta orientada hacia algunos sectores específicos, a los cuales se dirigen también las inversiones externas directas (IEDs), relacionadas a la explotación de los recursos naturales, agrícolas y no (petróleo, gas y derivados, minería) y al desarrollo de servicios públicos y del terciario avanzado (inmobiliario, financiero, salud, etc.).

Procesos de concentración, y por lo tanto de reducción de la cuota de PyMEs, parecen acompañar a estas dinámicas, pero, por la carencia de información antes mencionada, resulta difícil...

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