O que um cisne

AutorTamara Kamenszain
Páginas18-23
LA QUE POR UN CISNE
Tamara Kamenszain
Mientras el blanco inmaculado del cisne de Darío señala, según Saúl Yurkievich,
un “acuerdo pánico entre lo celeste y lo terrestre” (hay pánico, es cierto, pero también
hay acuerdo) el de Delmira Agustini ya arrastra, enrojecido, la estela de un desacuerdo
subjetivo que sangra por la herida. Cincuenta años más tarde, en la poesía argentina de
fin de siglo, se irán tendiendo otras líneas de flotación. El cisne perlongheriano,
manchado, embarrado (“un cisne de alas manchadas interroga a la estela” dice
Perlongher) se termina hundiendo en ese lago que el poeta llama “estanque final”.
Pizarnik, por su parte, monta sobre la superficie mítica del lago un tablado escénico.
Porque en Los poseídos entre lilas y en La bucanera de Pernambuco o Hilda la
polígrafa, esas inclasificables prosas que la poeta escribió en la última etapa de su corta
vida (años 70 y 71), el formato privilegiado es el teatro. Hay diálogos, personajes y
también indicaciones imposibles para una puesta en escena (pide por ejemplo “en la
pared, junto a la puerta, un cuadro dado vuelta como un hombre orinando en un
parque”) Es un teatro caprichosamente lírico, cuyos personajes, lejos de cobrar
independencia, son la prolongación agónica de ese narrador femenino que Pizarnik
bautiza laloc (escrito todo junto). Laloc, entonces, podría abreviar a una tal laloca pero
también refiere (en una nota al pie) a “la locutora”, ese reservorio de voces insistentes
que a veces se encarna en un “pájaro loco” y otras en un loro (“soy un periquito que
perora para Pizarnik”).
Y es justamente el loro el que increpa a Leda en el breve texto de La bucanera
titulado “La que por un cisne”. Se los leo:
Rió el loro al ver a Leda encamada con un cisne.
– Y vos dale que dale con el blanco paxarito. ¿Y si te deja enjinta?.
– Pinto la cinta de la finca – Leda dixit.
– Abrí ese traste sotreta – dijo el cisne quien, sibilino cual cerrajero de Silos,
descerrajóle el ano a la enana que, mojada cual mojarrita comprando en
Harrods una jarra, no reparó que el arúspice, munido de su gran ápice, le
hacía ver las estrellas.
Laloc, esa loca-locutora-loro-pájaro loco habla aquí — con el fin de hacerlas
públicas — por boca de las voces que se escuchan (“voces, rumores, sombras, cantos de
ahogado, no sé si son signos o una tortura”). Ya en Extracción de la piedra de la locura
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