Vicisitudes de las ediciones de El Capital en el mundo hispanoamericano

AutorHoracio Tarcus
CargoCeDInCI / UNSAM, Conicet, Argentina
Páginas121-140
DOI: http://dx.doi.org/10.5007/2175-7984.2017v17n39p121/
121121 – 140
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Vicisitudes de las ediciones
de El Capital en el mundo
hispanoamericano1
Horacio Tarcus2
Resumen
De los libros con que los reformadores sociales del siglo XIX buscaron redimir a la clase obrera,
solo El Capital alcanzó el carácter de obra consagrada, e incluso sacralizada como “Biblia del
proletariado”. Se trata de un libro complejo, a menudo más reconocido (y venerado) que leído.
Leer El Capital, traducirlo, editarlo, comprometió las más diversas estrategias. La historia de sus
ediciones en lengua española es una verdadera saga transatlántica, atravesada por revoluciones,
guerras, dictaduras y exilios. Y, no menos importante, surcada por querellas en torno de términos
y conceptos que nunca fueron meramente “técnicas”, sino que trasuntaban concepciones en-
frentadas de cómo entender la lucha política y la emancipación humana.
Palabras-clave: Karl Marx. El Capital. Ediciones.
Relata Francis Wheen en su libro La historia de El Capital de Karl
Marx que, en febrero de 1867, poco antes de enviar su opera magna a
la imprenta, “Marx le insistió a Friedrich Engels para que leyera La obra
maestra desconocida, de Honoré de Balzac. Según le dijo, la historia era
en sí una pequeña obra maestra, “repleta de la más deliciosa ‘ironía’”.3
El relato habla de Frenhofer, un gran pintor que dedica diez años de su
vida a trabajar sin descanso en un retrato que debía revolucionar el arte al
proporcionar “[…] la más completa representación de la realidad”. Pero
1 Versión resumida de un libro de próxima aparición por Siglo XXI Editores de Buenos Aires.
2 CeDInCI / UNSAM, Conicet, Argentina.
3 Carta de Marx a Engels, 25 de febrero de 1867 en: Correspondencia Marx-Engels, MEGA, tomo III, p. 376.
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tras perfeccionarlo sin n, el retrato se fue desgurando por las sucesivas
correcciones. Al nal, Frenhofer contempló su propio trabajo y admitió:
“¡Nada! ¡Nada! ¡Y pensar que he trabajado diez años!”. Finalmente, quemó
sus obras y se suicidó (WHEEN, 2007).
Por sorprendente que nos parezca hoy, 150 años después de la pu-
blicación del primer tomo de El Capital, la identicación de Marx con
Frenhofer y su “obra maestra desconocida” no es en absoluto descaminada.
Según el testimonio de su yerno Paul Lafargue, Marx nunca estaba satisfe-
cho con la última versión de lo que hacía escrito. Incluso señala que “[…]
[h]ubiera sido para él un martirio si le hubieran obligado a enseñar sus
manuscritos antes de haberles dado el último toque. Este sentimiento era
tan fuerte en él, que me dijo un día que prefería quemar sus manuscritos
antes de dejarlos incompletos.” (LAFARGUE, 1930, p. 139). Y el testimo-
nio de Lafargue reviste especial interés para nosotros porque nos muestra
dos caras opuestas de El Capital: por una parte, es la obra que consagra
mundialmente a Marx, que conoce reediciones y traducciones ya en vida
de su autor. Pero la consagración de Marx y la temprana sacralización de
El Capital contrastan con la otra imagen que nos ofrece Lafargue y que
refrenda su correspondencia: la de un autor-artesano, siempre inconfor-
me con los resultados de más de dos décadas de labor, que hace y rehace
sucesivos borradores que luego desecha para volver a comenzar una nueva
redacción, que pospone una y otra vez la entrega de los originales prome-
tidos a sus editores. No obstante este sentimiento, afortunadamente Marx
no los quemó, y luego de diversas vicisitudes, sus manuscritos pasaron al
Partido Socialdemócrata Alemán (SPD, por sus siglas en alemán) y, nal-
mente, con el advenimiento del nazismo, fueron albergados en el Instituto
de Historia Social de Ámsterdam.
Nuestra comprensión de la obra cumbre de Marx está mediada por
la sucesiva publicación de varios manuscritos: el tomo 2 de El Capital fue
publicado por Engels en 1885 y el 3, en 1894; Teorías de la plusvalía fue
editado por Karl Kautsky entre 1905–1910; los Manuscritos de 1844 y La
ideología alemana se dieron a conocer en 1932; el Capítulo VI inédito de El
Capital, en 1933, y los llamados Grundrisse, entre 1939 y 1941 (RUBEL,
1955). No cabe la menor duda de que sin la publicación póstuma de estos

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